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segunda-feira, 14 de setembro de 2009

LENIN - OS ENSINAMENTOS DA CRISE

LAS ENSEÑANZAS DE LA CRISIS


Vladimir Ilich Lenin

Publicado en el periódico Iskra, núm. 7, agosto de 1901.

Hace ya casi dos años que se prolonga la crisis comercial e industrial. Según todas las apariencias, se extiende cada vez más, abarca nuevas ramas de la industria y nuevas regiones, y se ahonda con nuevos colapsos bancarios. Nuestro periódico, desde el mes de diciembre del año pasado, ha venido señalando en cada uno de sus números, en una u otra forma, la evolución de la crisis y sus desastrosos efectos. Ha llegado el momento de plantear el problema general de las causas y el significado de este fenómeno. Para Rusia es relativamente nuevo, como lo es todo nuestro capitalismo. En cambio, en los viejos países capitalistas — o sea, en aquellos donde la mayoría de los productos se fabrican para la venta, donde la mayoría de los obreros no poseen tierra ni instrumentos de labranza y venden su fuerza de trabajo a otros, a los propietarios de tierras, fábricas, máquinas, etc. — , las crisis son un fenómeno antiguo que se repite de tiempo en tiempo, como los abscesos de una enfermedad crónica. Por lo tanto, cuando el capitalismo comenzó a desarrollarse en Rusia de manera particularmente rápida, la literatura socialdemócrata pronosticó la crisis actual. En el folleto Tareas de los socialdemócratas rusos, escrito a fines de 1897, se decía: “Es evidente que en el momento actual estamos en el período del ciclo capitalista [en el cual se repiten los mismos acontecimientos, como se repiten el invierno y el verano] en que la industria ‘prospera', el comercio es muy activo, las fábricas trabajan a pleno rendimiento y aparecen, como hongos después de la lluvia, en número incontable, nuevas fábricas, nuevas empresas, sociedades anónimas, la construcción de ferrocarriles, etc., etc. No hay que ser profeta para predecir la bancarrota inevitable (más o menos violenta) que debe seguir a esta ‘prosperidad' de la industria. Tal bancarrota arruinará a gran número de pequeños patronos, convertirá en desocupados a gran número de obreros...” La bancarrota se produjo, y de manera tan violenta como Rusia jamás conoció hasta el presente. ¿Cuál es la causa de esta terrible enfermedad crónica de la sociedad capitalista, que se repite con tanta regularidad que se puede predecir su aparición?


La producción capitalista no puede desarrollarse de otro modo que a saltos: dos pasos adelante y un paso (algunas veces dos) atrás. Como hemos observado ya, la producción capitalista es producción para la venta, producción de mercancías para el mercado. Quienes disponen de esa producción son los capitalistas individuales, cada uno de los cuales obra por su cuenta, de manera que ninguno puede saber con exactitud la cantidad y la clase de productos que demanda el mercado. Producen al azar, y sólo se preocupan por aventajarse unos a otros. Es natural, entonces, que la cantidad producida pueda no corresponder a las necesidades del mercado. Y esta posibilidad resulta particularmente grande cuando un mercado enorme abarca de repente nuevas y vastas regiones aún inexploradas. Tal era el estado de cosas no hace mucho, cuando comenzó en nuestro país “la prosperidad” de la industria. Los capitalistas de toda Europa extendieron sus garras hacia una parte del mundo, Asia, poblada por centenares de millones de seres, y donde hasta entonces sólo la India y una pequeña parte de la periferia estaban estrechamente ligadas al mercado mundial. El ferrocarril del Trascaspio comenzó a “abrir” el Asia Central para el capital; el “Gran Ferrocarril Siberiano” (grande no sólo por su extensión, sino también por el escandaloso robo que sus constructores perpetraron contra el fisco, y por la inhumana explotación de que fueron objeto los obreros que lo construyeron), despejó el camino a Siberia; Japón comenzó a convertirse en una nación industrial e intentó abrir una brecha en la muralla de China, con lo que puso al descubierto un bocado apetitoso en el que los capitalistas de Inglaterra, Alemania, Francia, Rusia e inclusive Italia se apresuraron a hincar los dientes. Todo esto — la construcción de gigantescas líneas férreas, el ensanchamiento del mercado mundial y el crecimiento del comercio — originó una inesperada reanimación de la industria, la aparición de nuevas empresas, la búsqueda desenfrenada de mercados para la venta, la carrera tras la ganancia, la fundación de nuevas sociedades, la afluencia a la producción de masas de nuevos capitales, formados en parte, también, por los escasos ahorros de los pequeños capitalistas. No es sorprendente, pues, que esta frenética carrera mundial tras nuevos e inexplorados mercados haya conducido a una bancarrota de tales proporciones.


Para formarse una idea clara de la naturaleza de tal carrera, es preciso tener en cuenta a los colosos que participaron en ella. Cuando se dice “empresas particulares”, “capitalistas individuales”, se olvida con frecuencia que, en esencia, estas expresiones son inexactas. En realidad, lo único particular e individual es la apropiación de la ganancia, pues la producción en sí se ha vuelto social. Los gigantescos derrumbes se hicieron posibles e inevitables sólo porque poderosas fuerzas productivas sociales fueron dominadas por una camarilla de potentados cuya única preocupación es el lucro. Aclaremos esto con un ejemplo tomado de la industria rusa. En los últimos tiempos la crisis afectó también a la producción petrolera. En esta industria tienen un papel preponderante empresas tales como la Compañía de Producción Petrolera Nobel Hermanos. En 1899 la compañía vendió 163 millones de puds de productos petroleros por la suma de 53.500.000 rublos, en tanto que en 1900 vendió 192 millones de puds por la suma de 72.000.000 de rublos. ¡ En un año, una sola empresa aumentó la producción en 18.500.000 rublos ! Esta “empresa particular aislada” es mantenida por el trabajo en común de decenas y centenares de miles de obreros, ocupados en la extracción de petróleo, en su elaboración y en su trasporte por oleoductos, ferrocarriles, mares y ríos, en la construcción de maquinarias, depósitos, materiales, balsas, barcos, etc., necesarios para ello. Esas decenas de miles de obreros trabajan para la sociedad en su conjunto, pero su trabajo es apropiado por un puñado de millonarios, que se queda con toda la ganancia que rinde el trabajo organizado de las masas ( la Compañía Nobel obtuvo en 1899 una utilidad neta de 4 millones de rublos, y en 1900 de 6 millones, de los cuales los accionistas percibieron un dividendo de 1.300 rublos por cada acción de 5.000, en tanto que cinco miembros del directorio recibieron, en calidad de gratificación, la suma de 528.000 rublos ! ). Cuando varias de estas empresas se lanzan a una frenética carrera para apoderarse de un lugar en un mercado desconocido, ¿puede sorprendernos el advenimiento de la crisis?


Es más. Para que la empresa dé ganancia, es preciso vender las mercancías, encontrar los compradores. Ahora bien, el comprador debe ser toda la población, porque esas enormes empresas producen montañas de productos. Pero en todos los países capitalistas las nueve décimas partes de la población se compone de gente pobre: obreros que perciben el salario más exiguo, campesinos que en general viven en condiciones peores aun que los obreros. Y cuando, en el período de prosperidad, la gran industria se lanza a producir el máximo posible, inunda el mercado con una cantidad de mercancías tal, que la mayoría desposeída del pueblo no está en condiciones de pagarlas. La cantidad de máquinas, instrumentos, depósitos, ferrocarriles, etc., sigue creciendo, pero este crecimiento se interrumpe de tiempo en tiempo porque el pueblo, para el cual, en definitiva, están destinados esos medios de producción perfeccionados, continúa en una situación de pobreza rayana en la miseria. La crisis demuestra que la sociedad actual podría producir incomparablemente más productos, los que servirían para mejorar el nivel de vida de todo el pueblo trabajador, si la tierra, las fábricas, las máquinas, etc., no hubieran sido usurpadas por un puñado de propietarios privados, quienes extraen sus millones de la miseria del pueblo. La crisis enseña que los obreros no pueden limitarse a luchar por obtener de los capitalistas concesiones parciales: durante el período de prosperidad industrial tales concesiones pueden ser conquistadas (los obreros rusos, con su enérgica lucha, las conquistaron más de una vez en los años que van de 1884 a 1898), pero cuando se produce el crac, los capitalistas no sólo arrebatan a los obreros las concesiones otorgadas, sino que se aprovechan de su situación de impotencia para reducirles aun más el salario. Y así continuará sucediendo inevitablemente, mientras los ejércitos del proletariado socialista no derroquen el dominio del capital y de la propiedad privada. La crisis demuestra cuan miopes eran los socialistas (que se llamaban a sí mismos “críticos”, sin duda porque hacían suyas, sin crítica alguna, las teorías de los economistas burgueses), que dos años atrás anunciaban ruidosamente que los cracs son hoy menos probables.


Las enseñanzas de la crisis, que revelan lo absurdo del sometimiento de la producción social a la propiedad privada, resultan tan aleccionadoras, que ahora la propia prensa burguesa reclama que, por ejemplo, se refuerce el control sobre los bancos. Pero control alguno podrá impedir que los capitalistas funden durante los períodos de prosperidad empresas que luego irán a la quiebra inevitablemente. Alchevski, fundador de los bancos Agrario y Comercial de Jarkov, ambos ahora en quiebra, obtuvo, por medios lícitos e ilícitos, los millones de rublos necesarios para fundar y sostener empresas mineras y metalúrgicas que prometían montañas de oro. Una depresión en la industria provocó la ruina de esos bancos y esas empresas mineras (Sociedad del Donets-Iúrievo). ¿Pero qué significa esta “ruina” de empresas en la sociedad capitalista? Significa que los capitalistas más débiles, los de “segunda magnitud”, son desplazados por los grandes millonarios. Alchevski, el millonario de Jarkov, es suplantado por el millonario moscovita Riabushinski, quien, como dispone de un capital mayor, oprimirá con más fuerza a los obreros. El desplazamiento de capitalistas de segunda magnitud por los de primera magnitud, el aumento del poder del capital, la ruina de gran cantidad de pequeños propietarios (por ejemplo, los pequeños inversores, que con la quiebra de los bancos pierden toda su fortuna), el terrible empobrecimiento de los obreros: esto es lo que trae consigo la crisis. Recordemos, además, los casos publicados por Iskra, en los que se describe cómo los capitalistas alargan la jornada de trabajo y procuran remplazar a los obreros más concientes por otros más dóciles y sumisos, provenientes de las aldeas.

En general, los efectos de la crisis son infinitamente más graves en Rusia que en cualquier otro país. A la paralización de la industria se agrega el hambre entre los campesinos. A los obreros desocupados se los arroja de las ciudades al campo, ¿pero adonde enviar a los campesinos sin trabajo? Con la expulsión de los obreros al campo se pretende limpiar las ciudades de gente que provoca intranquilidad, pero puede ocurrir que los expulsados logren despertar de su secular sumisión aunque sea a una parte de los campesinos y la induzcan, no sólo a solicitar, sino también a exigir. A los obreros y campesinos los une hoy, no sólo el hambre y la desocupación, sino también el yugo policial, que priva a los obreros de la posibilidad de unirse y de defenderse, y a los campesinos de la ayuda que les envían donantes de buena voluntad. La pesada garra policíaca se vuelve cien veces más pesada para los mil millones de personas que han perdido todo medio de subsistencia. Los gendarmes y la policía en las ciudades, los comisarios y sargentos de policía en las aldeas, perciben con toda claridad que el odio hacia ellos crece a diario, y empiezan a temer, no sólo los comedores populares en las aldeas, sino hasta los anuncios sobre la colecta de donativos que aparecen en los diarios. ¡ Miedo a las donaciones ! Resulta así verdad aquello de que el ladrón tiene cola de paja. Cuando el ladrón ve que un transeúnte da una limosna a la persona a quien él ha despojado, se imagina que ambos se estrechan la mano para mancomunar sus esfuerzos y acabar con él.

NOTA: Talvez alguns leitores considerem um texto ultrapassado. Mas é bom as pessoas conhecerem as idéias de quem já fez muita diferença na história, ainda que a história faça um belo esforço para fazerem desaparecer os seus sujeitos ao longo dos tempos, séculos e anos. Lenin é um belo exemplo disto. Desculpe-me, somente, pelo texto em espanhol, mas é da vida.....

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